Un misterio maravilloso

Fotograma de El Misterio del palo cortado

Oímos hablar continuamente sobre la nueva juventud de los vinos de Jerez, vemos cómo se abren sherry bar en ciudades como Londres o Nueva York, y los que seguimos en las RRSS a sumilleres, cocineros y aficionados a la gastronomía no paramos de asombrarnos con fotografías repletas de joyas procedentes del Marco de Jerez.

Pero la realidad es que ese supuesto boom no lo es tal si nos atenemos a las cifras: simplemente hablamos de que el desplome se ha detenido y las cifras repuntan tímidamente (2015 fue el primer año en tres décadas en que el consumo subió), pero lo cierto es que aún queda mucho por hacer.

Ojo, no es poco que existan al menos motivos para la esperanza. La necesitan, sin duda, ese medio centenar de bodegas que han aguantado el tirón durante esta travesía del desierto que se ha llevado por delante a 300 negocios como el suyo. Y tampoco está mal que uno ya no se sienta tan raro al pedir su copita de manzanilla o fino al llegar a un restaurante, e incluso que al solicitarle un oloroso al camarero de turno para tomarse unos callos, en algunos casos este ya no nos mire con cara de susto.

Como está bien predicar con el ejemplo, además de dejarme unos buenos dineros en mi consumo personal para tratar de subir las escuálidas medias nacionales, por mi parte he descubierto que lo mejor que puedo hacer para promulgar estos vinos es recomendar a todo el que quiera escucharme el visionado del documental “El misterio del palo cortado”, estrenado con éxito hace un par de años en festivales como Málaga o Berlín y el cual nunca me canso de revisitar, a poder ser junto a alguna copa de esa misma bebida como infalible método de inmersión en la trama. El mero hecho de que tras este proyecto nos encontremos con el tándem José Luis López-Linares (director) y Antonio Saura (productor) ya es motivo suficiente para llamar la atención de todo buen aficionado al cine documental. No en vano, Linares –con dos Goyas en su haber– es un referente del género, y de sus manos y las de Saura surgió el recordado ‘El pollo, el pez y el cangrejo real’, que narraba las desventuras del cocinero Jesús Almagro al presentarse al concurso Bocuse d’Or.

En esta ocasión, y fruto de su comprensible enamoramiento de los vinos de Jerez (“Como el flamenco, toca multitud de palos distintos, todos ellos maravillosos”), la pareja quiso acercarnos a la mística del Marco de Jerez a través del indescriptible palo cortado, posiblemente la joya de la corona de una región que sufre para adaptarse a los nuevos tiempos tras suponer en su día hasta el 10% de las exportaciones españolas (para hacerse una idea, el corsario Drake lo introdujo en Inglaterra y Shakespeare lo nombró más de 40 veces en su obra). Puede que sea porque, como se afirma en una escena, “unos dicen que se puede elaborar intencionadamente y otros que es un ‘accidente’. El hecho es que cada definición es diferente. Y eso lo convierte en algo maravilloso… y una pesadilla para los de marketing”.

Problema solucionado en parte gracias a esta obra que, además de recoger interesantes testimonios de algunos grandes del sector como Pitu Roca, Eduardo Ojeda, Juanma Bellver, Jesús Barquín o Alberto Fernández Bombín (en su taberna Asturianos saben bien de la afición de Linares y Saura por estos vinos), es capaz de hacernos caer rendidos ante el embrujo de “unos vinos que sabemos que nos sobrevivirán”, tesoros que, pese a su versatilidad y excelente relación calidad/precio, a menudo son más apreciados en los mejores restaurantes del resto del mundo que en su propia zona de origen. Algo que, esperemos, pueda cambiar en breve.

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